Acepto el hecho de que nunca supe amarte.
Acepto el hecho de que es por mí, que ahora te
encuentres lejos de aquí.
Acepto el hecho de que me doy cuenta ahora de
mis errores porque sé que ya no volverás.
Lo sé y lo acepto; asique ya puedes dejar de
torturarme.
No queda nada de lo que solía ser; esa chica
alegre, radiante, bonita y astuta.
No queda nada de aquella que te enamoro.
Con el tiempo he envejecido, con el tiempo me he
acostumbrado a que me quieras más allá de todo lo malo que yo pudiese hacerte,
con el tiempo he olvidado lo mucho que debía hacerte saber que te quería.
Con el tiempo, he aprendido a echarle la culpa
al tiempo.
Entiendo que nada de lo que diga ahora puede
hacer que cambies de opinión, que vuelvas conmigo; aunque honestamente, no es
por eso que te escribo.
Lo hago porque me obliga mi cualidad de egoísta,
he respetado tu deseo de no saber de mí por más de siete meses.
Pero ya no puedo hacerlo.
Necesito estar en paz conmigo misma, seguir
adelante y sacar tu voz de mi cabeza.
Y por mucho que lo siento, es la manera más
sencilla que encuentro para hacerlo; escribirte y de una vez comprender que ya
no quieres nada de mí ni conmigo, que no responderás y que estaré obligada
(nuevamente) a olvidarme de ti.
Me conoces y sabes que huyo de las cosas, algo
de mí nunca me deja enfrentarlas.
Hui de quererte; hui de que pudieses amarme; hui
de reconocer que fui yo quien nos destruyo y ahora huyo de mi condena.
Ya lo sabes todo de mí, nada debería
sorprenderte.
Con cariño, adios.
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