Era una
de esas tardes de otoño, donde en el aire solo podía sentirse el olor de la
fina lluvia caer, cuando nos cruzamos por segunda vez.
La
primera había sido mucho tiempo atrás, cuando los dos éramos jóvenes y ninguno
sabía bien lo que quería.
Aún
recuerdo lo primero que me dijiste y sonrío, porque fue tu manera de ser, lo
que me enamoro en un principio.
“Solo
quiero escuchar que me quieres. Sin motivos, sin excusas. Eso es todo”. No supe
que contestarte, me tomaste por sorpresa; pero más me sorprendió el que me
invitaras a salir y yo te dijese que sí.
Pasaron
unos meses y nosotros habíamos salido demasiado ya, una de las tantas veces que
trasnochábamos me dijiste que tenias un secreto que contarme, espere ansiosa
escucharlo.
“Quiero
saber de vos todo lo que sea posible” y con esa frase morí de ternura. Esa
noche hicimos el amor por primera vez.
Estuvimos
juntos todo el tiempo que pudimos, pero debíamos crecer y nuestros caminos eran
diferentes; y lo mucho que nos queríamos, no fue suficiente para encontrar una
solución.
Llegamos
a esa tarde de otoño. Vos salías de trabajar y yo volvía de la universidad.
Lo
primero que me preguntaste fue si podíamos ir por un café y encantada te dije
que sí.
Hablamos
por horas, como si todos esos años no hubieran pasado. Antes de despedirnos, me
dijiste que tenias ganas de invitarme a salir y que te dijera que sí, que
querías besarme todo lo que pudieras, y quedarte con ganas de mas, para que
esto no se terminara nunca.
Y te
bese. Creo que ese fue el desencadenante para que fuéramos a mi departamento y
nos trasnocháramos haciendo el amor una vez más.
Solo
que ahora ya no éramos jóvenes, sino adultos que sabían lo que querían.
Volvimos
a vernos por unas semanas, todo estaba bien, había recuperado el cariño que
sentía por vos, ese que nunca perdí pero que había olvidado.
Sin
embargo, un día tocaste mi puerta dispuesto a despedirte; sin nada que yo
pudiera hacer para impedirlo. Lo único que dijiste fue que no funcionábamos
juntos, que nunca había sido así.
Te
confesé que me hubiese gustado despertar en vos esas ganas de amanecer decidido
a no dejarme escapar nunca más.
Te
fuiste, sin mirar atrás, sin dejarme saber que pensabas, que sentías en
realidad.
Después
de muchos años volvimos a encontrarnos. Los dos habíamos dejado atrás esa idea
de jóvenes que lograban cumplir todas las ambiciones que decían tener; habíamos
dejado atrás esas ganas de ser adultos entre las sabanas de mi cama, cada noche
como si fuese la primera.
Dijiste
que había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, te conteste
que si y que estabas distinto. Me dijiste que yo también, pero comentaste que
no lograbas darte cuenta de que era lo que había cambiado en mí, preguntaste si
podías saberlo. Te conteste que sí, que ya no te amaba; eso había cambiado.
Y ahora
yo te tome por sorpresa, ahora vos no sabías que decir.
Me
pediste una explicación y te la di, no podía esperar a cruzarte de nuevo para
terminar en tus brazos y que vuelvas a dejarme.
No
podía soportarlo una vez más. No era tan fuerte.
Pero
tenía razón, te marchaste otra vez; como si detrás de ti no quedara nada,
nadie. Dejaste todo, lo dejamos todo, como siempre.
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